Norman Quijano: garrotazos, lacrimogenas, balas y populismo barato
Escrito por Kvernicola 18-06-10

No les parece que el alcalde de San Salvador –al que cariñosamente llamamos “La Llorona de la Escalón”– se está agarrando de una coyuntura extraña, muy bien articulada mediáticamente y que le beneficia en ese sueño húmedo de ingresar a la categoría de presidenciable. Yo, a este tipo, no le creo ni el bendito! Por Dios!!

Uno de los éxtasis en esta pantomima mediática a la que me refiero, lo observé en la televisión salvadoreña este mediodía pasado; imagínate que La Llorona estaba asumiendo un escandaloso rol de mártir y, por un momento, llegué a pensar que comenzaría a irse en llanto. Por esta, que lo pensé!

En esta Hacienda, las cosas se hacen a la brava, con prepotencia, sin acuerdos, entre garrotazos y, siempre, los bueyes se colocan adelante de la carreta. Quijano no es la excepción.

Antes de cualquier cosa, te aseguro que Quijano sabe que hubo “cague”, y el tiro le ha salido por la culata. Pero no puede dar marcha atrás, ya que, políticamente, no es correcto y le podría significar una caída interesante en su ambición política. Ponéle coco y vas a ver un nerviosismo en él, anda muy exacerbado. Cualquier chucho lo puede sentir a leguas.

Un par de ideas, aunque parezca descabellado: antes de comenzar con el garrote, si ya existía una decisión de ordenamiento y, sobre todo, si se contaba con un plan integral para lograrlo, se debió de dar a conocer a todo a los capitalinos, para que estos se involucraran más allá del apoyo superfluo acostumbrado.

Se debió explicarles a los vendedores que, de forma inminente e inaplazable, iban a ser removidos y reubicados. Además, se debió darles a conocer los nuevos lugares de su reubicación. Para hacer la propuesta tentadora, se podría haber conversado con altos funcionarios de tránsito, para mover un par de rutas del trasporte público, para que algunas paradas de autobuses fueran muy cercanos a las zonas de reubicación.

Si se hubieran querido poner exquisitos los de la alcaldía, se pudo haber trabajado en leyes secundarias u ordenanzas municipales, que inhabilitaran -en un territorio finito del centro de la capital– a los transeúntes a comprar en lugares no autorizados.

Les aseguro, mi hermano y hermana, que lo realizado por el alcalde capitalino no es un ordenamiento, está muy lejos de eso. Les aseguro que estamos en presencia de un relanzamiento electoral.

Si Quijano le apostara a resolver el tema de forma real, en este desorden del centro capitalino faltarian dos incógnitas que resolver en esa compleja ecuación. Me refiero, por un lado, a los angelitos del transporte público y, por otro, a alguna de nuestras costumbres guanacas.

Partamos por algunas feas costumbres guanacas: si el alcalde quisiera apostarle a combatir nuestras falencias como pueblo capitalino, en la TV encontrariamos campañas educativas que apunten al ordenamiento o, cuando menos, que instruyan al respecto de la disposición de los desechos sólidos. Ustedes han visto alguna?

Si continuamos con la otra incógnita, pues les puedo decir que yo no he visto ninguna acción en contra de los angelitos del transporte público y los desmanes que hacen en el centro capitalino. Mientras el transporte público ingrese al centro capitalino, el desorden se va a mantener, sólo que más móvil.

Después de lo anterior, quiero finalizar con algo que posiblemente no se está considerando y que al menos a este servidor le preocupa. Me refiero al drama humano que en este instante estarán viviendo más de mil familias salvadoreñas que dependen económicamente de estas fuentes de trabajo que Quijano ha cerrado.

Sabemos que estos grupos poblacionales que se desarrollan como vendedores ambulantes, figuran en las franjas con más riesgo de caer en las manos de la delincuencia o las maras.

No será que Quijano está empujando a muchos integrantes de estas pobres familias, hacia un desfiladero en donde les queda nada más el engrosamiento de clicas. Hay que tener cuidado de que la medicina sea peor que la enfermedad.

Lo que más puede afectar o dañar la integridad mental del ser humano es la incertidumbre. Hoy, casi mil familias salvadoreñas se encuentran se han venido a agregar esa situación.